-Vicente P. Escobal
Hasta hace solo unos años, la denuncia de los crímenes del régimen cubano no había procedido más que de sus adversarios ideológicos o de dispersos núcleos de disidencia política, y no fue particularmente eficaz. La colosal propaganda diseñada y difundida desde La Habana y sus enfrentamientos con Estados Unidos tratando de exhibir a Cuba como un martirizado país a expensas del imperialismo fue tan fuerte que apenas se les escuchó poco o nada, en particular en los países latinoamericanos donde la influencia concreta del castrismo afectó solo a las viudas y los huérfanos de los muertos por los actos terroristas de las guerrillas procubanas o a determinados sectores impactados por una serie de absurdos ensayos económicos y sociales inspirados en el llamado modelo cubano.
La mayor parte de las veces las denuncias, los testimonios, los estallidos de la memoria y las crónicas de algunos audaces y honestos corresponsales extranjeros acreditados en Cuba fueron eclipsadas por el bombo de la propaganda castrista acompañada por un mutismo ruin, cómplice o indiferente.
Y ese silencio, que se producía generalmente en algún momento de sensibilización derivado de la publicación de una obra (Antes que anochezca, Barbarie, etc.) o de un testimonio más incontestable que otros (Rio Canimar, Avionetas de Hermanos al Rescate, Remolcador 13 de Marzo) muestra una resistencia frente a los impactos propios de sectores más o menos amplios de las sociedades latinoamericanas en relación con el fenómeno del castrismo. Se negaban a mirar la realidad cubana frente a frente: aquel régimen implica una dimensión fundamentalmente represiva y criminal. Con esta negativa han sido cómplices del engaño, de la represión y de los crímenes en el sentido en que lo entendía aquel que inmortalizó esta sentencia: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Pero a pesar de los obstáculos, de las indiferencias, de las complicidades y de los silencios, las denuncias y los testimonios comenzaron a difundirse gracias al desarrollo alcanzado por la tecnología de las comunicaciones e incluso por las declaraciones de antiguos aliados del castrismo escapados de la Isla por las más disímiles motivaciones.
Ya no es la época en que “nadie escuchaba”. Ya no es necesario esperar a que los archivos de la DGI se desclasifiquen y toda esa colección de pánico y muerte se destape. Ya no hay que temerle a la impunidad ni el anonimato. El mundo conoce el rostro y los nombres de los represores. Y conoce también el de sus víctimas. Todos saben quienes son las Damas de Blanco y lo que exigen, todos leen las crónicas de los periodistas independientes y las demandas de los demócratas de la oposición. Ya Orlando Zapata Tamayo no es un anónimo obrero cubano y el nombre de Pedro Luis Boitel ha recorrido el mundo varias veces junto a los inocentes masacrados del remolcador 13 de Marzo. Estas realidades han sido decisivas para desencadenar una primera toma de conciencia.
No es nada novedoso el hecho de que la política consiste, entre otras cosas, en el arte de identificar a amigos y enemigos, a los condicionales y los rivales. La novedad consiste en que Castro proclamó no solo “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada” sino que fue más alla: “quien no está conmigo está contra mí y debe ser exterminado” y generalizó esta macabra estrategia en el ámbito social, familiar y personal.
El terror desatado por Castro produjo una triple metamorfosis: el adversario, considerado primero “confundido”, luego “gusano” y finalmente “criminal”. Y es justamente esta última categorización la que conduce a la idea, a la necesidad del exterminio.
¿Qué motivación, en los umbrales de un siglo cargado de promesas y esperanzas, puede impulsar la exploración de un terreno tan polémico, trágico y tenebroso? Las denuncias y los testimonios de las victimas lanzan destellos sobre una realidad espeluznante: la masividad del terror y la frialdad de sus ejecutores.
Ha llegado el momento en que de una manera más coherente, documentada con hechos irrefutables y liberada de consideraciones políticas e ideológicas se aborde un tema que muy pocos se han planteado: ¿Qué lugar ocupan los crímenes del régimen castrista? ¿Son, acaso, diferentes a los de Stalin, Pol Pot, Hitler o Kim Il Sun? ¿Cuál es la diferencia entre el Gulag soviético y las UMAP castristas? ¿Se pueden deslindar en términos de horror, crueldad y exterminio Auschwitz y La Cabaña? ¿Qué contradicción fundamental puede establecerse entre los hornos de Treblinka y los paredones de fusilamiento cubanos? ¿Por qué se justifican los crímenes del castrismo? ¿Por qué Castro se creyó autorizado a aplicar con particular ensañamiento sus macabras acciones y exterminar a todos los que el designaba como enemigos?
¿Sera necesario esperar hasta el fin del castrismo para responder estas interrogantes?
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