Para mí, el que se va de Cuba, huye de la dictadura y es como el guerrero que abandona el campo de batalla, todo lo deja al enemigo. Este lo toma como botín de guerra. El regreso solo está justificado, según mí criterio, si retorna a la contraofensiva o regresa en zafarrancho de combate, a reconquistar su derecho ó su posición.
Así lo hicieron Maceo y Martí en 1895 y así lo hizo Fidel Castro, en 1956. Así lo concibieron los patriotas cubanos, que regresaron por Playa Girón o como le dicen por allá, “Bahía de Cochinos”, en abril de 1961 y muchos otros, que retornaron en años posteriores.
De otra forma, no justifico el regreso del refugiado y como estoy convencido de que desertar, es conceder victoria al enemigo, no abandono mi país, ni lo abandonaré jamás, porque es mío y no se lo regalaré, nunca, a los tiranos. Ni sano, ni en estado de gravedad, ni en la vida, ni en la muerte.
No critico a nadie, ni siquiera, a Pablito, “el milanés”, que se quedó aquí, aunque con todas las cosas primorosas y las casas lindas, preciosas y equipadas, con todo lo que necesita un millonario para sentirse bien y salir y entrar del país en el momento que quiera y que desee. Ese don que solo les otorga la dictadura a sus fieles y a los que les son fieles a Fidel y a Raúl.
Eso del derecho de los cubanos a regresar, vale, pero solo si regresan utilizando todo su derecho, sin pedir permiso a nadie, incluida la tiranía castrista, para retornar a su tierra. Por un día, una semana o el tiempo que deseen permanecer. Sin pagar prorrogas, ni aceptar tiempo de estadía, en su país.
Me gustaría, por ejemplo, que un gran grupo de cubanos, de esos a los que la dictadura les niega el permiso de entrada, fletaran un gigantesco, Jumbo-Jet ó dos ó los que sean y los aterrizaran en el Aeropuerto “José Martí”.
Se encadenaran, si fuera preciso, a los trenes de aterrizaje de los aviones, mientras no les permitiera entrar, libremente, a territorio nacional. Por la parte de afuera, si no podemos saltar la valla, deberíamos encadenarnos, todos los cubanos que tengamos dignidad y que consigamos hacerlo. Atándonos a las cercas y a las puertas del aeropuerto y armar, el más grande de todos los escándalos.
Allí estarán observando, seguramente, los diplomáticos extranjeros y la prensa internacional y nosotros reclamando, nuestro derecho, de entrar y salir libremente, del país, según lo establece la declaración universal de los derechos humanos, firmada, ratificada y acuñada, por el gobierno cubano.
Entiendo que es a eso, a lo que debemos circunscribirnos los cubanos y no a discutir el derecho que le asiste, a un gobierno extranjero, de regular sus leyes migratorias.
Debemos ceñirnos a los derechos que tenemos los cubanos y no escudarnos cobardemente, en exigir a los gobernantes de otro país, que hagan, por nosotros, lo que no somos capaces de hacer, nosotros mismos. Decía José Martí; “los grandes derechos no se conquistan con lágrimas”.
Si no somos capaces de imponer, nuestro derecho, pasaremos el resto de la vida, como el pueblo más cobarde de la historia, pero no solo los que nos quedamos aquí, acobardados, sino todos los cubanos, incluidos los que huyeron.
Héctor Julio Cedeño Negrín
Periodista Independiente de Cuba.
Al Proyecto de Ley de Rivera le corresponde toda la razón