Vicente P. Escobal
La comprensión de los regímenes totalitarios, particularmente de su historia y de la forma en que logran y mantienen el poder, es mayor desde hace una veintena de años, cuando cayeron los regímenes comunistas en Europa. Hoy día se estudian las secuelas de aquellos regímenes absolutistas y criminales instalados en Europa del Este por el Ejército Rojo al finalizar la Segunda Guerra mundial.
Muchos investigadores occidentales han logrado traspasar los muros de silencio en Vietnam, Laos o Camboya, incluso en China y Corea del Norte, para ahondar en algunas de las páginas más aterradoras de la historia contemporánea. Otro tanto ha ocurrido en Europa Oriental donde en la casi totalidad de los países sometidos al imperio soviético se han desclasificado los archivos secretos, sacando a la luz su escalofriante historia.
Por razones de política interior, y por prudencia, las autoridades de algunos de esos países decidieron cerrar esos escalofriantes expedientes, para que las profundas heridas sociales sanen más rápido y la transición hacia la democracia no se atasque en un indeseable laberinto de venganzas.
En China, por ejemplo, a pesar de que los comunistas continúan en el poder, los actuales líderes estimulan a la sociedad a manifestarse abiertamente en contra de la Revolución Cultural promovida por Mao Zedong, y en Cambodia se han generalizado las criticas más severas a las masacres de Pol Pot.
Pero aun permanecen en las sombras algunos hechos inaccesibles a la investigación y el debate. Lo que ocurrió en los campos de concentración nazis ha sido ampliamente divulgado y, transcurridos más de setenta años de aquella masacre, aun nos conmovemos cuando repasamos los hechos u observamos las dantescas imágenes. Sin embargo, la verdadera historia de los campos de concentración en la Unión Soviética, China o Corea del Norte sigue siendo un misterio en medio de leyendas y anécdotas generalmente fragmentadas.
Conocemos mejor adonde fueron a parar los represores, junto a los intelectuales reprimidos, que lo ocurrido a los millones de ciudadanos comunes y corrientes, que constituyen la inmensa mayoría de las víctimas.
Aún resulta difícil desenmascarar a ciertas corrientes ideológicas inspiradas en las teorías marxistas-leninistas, que continúan justificando y elogiando al comunismo. Incluso se ha llegado a cuestionar la existencia de los campos de exterminio comunistas, aduciendo que se trata de maniobras propagandísticas diseñadas por los servicios especiales de las potencias occidentales.
Cuba, considerada “el último baluarte puro y auténtico del ideal comunista”, continúa atrincherada en el secretismo y solo recibimos alguna información gracias a los esfuerzos de los periodistas independientes, los testimonios de funcionarios del régimen que escapan de la Isla y las narraciones de los excarcelados y sus familiares.
Me pregunto: ¿Los métodos represivos aplicados por la dictadura cubana fueron la copia de los aplicados en la Unión Soviética, China o Corea del Norte? ¿Existe alguna analogía entre los fusilamientos de miles de cubanos y el exterminio de millones de ciudadanos soviéticos, chinos o coreanos?
Juzgando desde una perspectiva ética y moral, ¿Cuál es la diferencia entre la UMAP castrista y el Gulag soviético? ¿Hasta qué punto asesoraron la KGB soviética y la Stasi alemana a la contrainteligencia cubana? ¿Son autóctonos, o meras copias de lo ocurrido en otros países comunistas, los actos de repudio, las Brigadas de Respuesta Rápida, la censura a los medios y el atropello a las manifestaciones culturales independientes en Cuba? Algún día la historia y la sensatez humana se encargarán de responder esas preguntas.
Por ahora sólo podemos meditar sobre el alcance del daño infligido a la sociedad cubana durante cincuenta largos años, y el costo en dolor humano. Se impone un verdadero análisis, hecho con lucidez y objetividad, sin dejarnos deslumbrar por los supuestos beneficios y conquistas de la revolución, tan amplificados por la propaganda oficial. Volvamos la vista hacia todo lo perdido debido a la sumisión de la sociedad en aras de un ideal inalcanzado. Pensemos en el dolor de las familias fragmentadas, en la relación de total dependencia y sumisión creada entre los ciudadanos, devenidos súbditos, y el Estado totalitario, dueño absoluto de sus destinos. Recordemos los esfuerzos por sustituir con una ideología todos los valores morales. Escuchemos los desgarradores testimonios de los prisioneros de conciencia que permanecieron por décadas en las cárceles. No nos dejemos engañar por los melosos elogios de los nostálgicos del estalinismo soviético y los logros del comunismo.
Mientras tanto, debemos tener claro que el destino de la sociedad cubana no está ligado al destino de la tiranía. La tiranía naufraga, pero Cuba no se hundirá con ella.
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