viernes, 16 de julio de 2010

El Cid Campeador resucitado

Tomado de Cubanet (www.cubanet.org)
por Vicente P. Escobal

 -Rodrigo Díaz de Vivar,  conocido como El Cid Campeador,  murió defendiendo la ciudad de Valencia contra nuevas invasiones árabes y su figura pasó a la inmortalidad.  Desde entonces muchas leyendas comenzaron a tejerse  a su alrededor,  como la de la batalla que ganó después de muerto,  la de sus famosas espadas “la colada” y  “la  tizona” que mataban a centenares de  moros, la de el  león que se escapó de su jaula y él,  tirándolo por la melena, lo obligó a regresar,  la del judío que viéndolo muerto quiso arrancarle la barba para burlarse y él  se lo impidió sacando “la tizona”.  Y tal fue el susto del judío que se convirtió al cristianismo.
He leído varias veces los fabulosos relatos de este personaje  y en cada lectura descubro una aproximación entre  él  y Fidel Castro.
Castro no va a morir defendiendo ninguna ciudad contra una invasión,  porque  lo único que queda de las ciudades cubanas son las ruinas de su desequilibrado y  antojadizo sistema de mandar. Y digo “mandar”  pues  durante  su permanencia en el poder  Fidel Castro jamás dio muestras de ser un auténtico dirigente, capaz de diseñar proyectos sensatos y viables. Su misión consistió en dar órdenes y hacerle sentir a sus subordinados todo el peso de su inconmensurable  poder.
Muchas leyendas se han tejido alrededor de la figura de Fidel Castro. Unas fabricadas por él mismo, otras por sus más fervientes  cómplices.
Sobre Castro existe una  percepción exagerada.  Su distorsionado perfil  es absolutamente coherente con las imágenes deformadas de la conquista,  la colonia,  la independencia, la Revolución del 33,  su llegada al poder  y el conflicto con Estados Unidos  y el pueblo cubano. No debe sorprendernos, entonces, que la historia relacionada con Castro que  a  los niños y  adolescentes cubanos enseñan  en las escuelas no es otra cosa que  un compendio de mitología diseñada para  mantener a la sociedad cubana sometida e incluso – lamento decirlo – satisfecha con su propia ignorancia.
¿Qué credibilidad puede darse a la leyenda de que Fidel Castro escapó a 600 atentados contra su vida? ¿Cómo podemos diferenciar al  José Martí  pensador, poeta y humanista de  aquel  brutal y ladino autor intelectual del ataque a un cuartel según la  delirante  confesión  de Castro?
Fidel Castro cree en su inmortalidad y pretende ganar la batalla final  desde una cabalgadura de fuego.  Sus recientes apariciones  públicas  lo corroboran.
“Aquí estoy”,  es el mensaje  sutil  y  tenebroso de Castro.   Senil  y decrépito,  casi sin barba, con el rostro descarnado y la piel  marchita,  despojado de sus estrellas,  sus laureles y su recurrente uniforme verde olivo,  este  hechicero de las profecías incumplidas e incumplibles  se empeña  en demostrarle al universo que la muerte es una perversa invención de los burgueses.
Después de muerto,  al Cid Campeador lo montaron sobre un caballo  y consiguió “ganarle” una batalla a los moros.  A Castro se le ocurrió ahora utilizar la misma estrategia,  pero no contra los sarracenos sino contra aquellos que   taladran  su régimen.
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