viernes, 7 de agosto de 2009

El visitante de la Isla

En días pasados llegó desde Cuba un amigo mío con el cual trabajé también por algunos años. Tuvo la buena suerte de obtener una visa de turista de Los Estados Unidos para pasar por acá un mes de vacaciones. Las autoridades cubanas también lo autorizaron a viajar, así que fue agraciado doblemente. En la Isla pasa que a veces logras el visado para entrar a algún país, pero las autoridades migratorias cubanas no dan la aprobación para salir, o sea, los cubanos tenemos que pedir permiso al gobierno para entrar y salir del país y pagarles por hacerlo, aún cuando los salarios de los cubanos no son remunerados en la moneda que ellos cobran por estas gestiones migratorias.
Les sigo contando, mi amigo es una persona de sonrisa fácil y hasta a veces contagiosa. Cuando lo encontré después de algunos años, me convenció de que yo lucía muy bien, sentí que estaba ante una disyuntiva, si era recíproca con los halagos que me prodigaba caía en una redomada hipocresía, pero si le daba mi apreciación con relación a su apariencia le iba a resultar desagradable, así que hice gala de mi tacto. Casi siempre que me reencuentro con alguien que acaba de llegar de Cuba noto que el físico de esas personas presentan un deterioro tremendo. La delgadez que por estos tiempos es sinónimo de salud, sin embargo, en mi amigo, tenía un efecto diferente, su delgadez daba la impresión de una persona desnutrida. El, una persona desinhibida - lo recuerdo animando espectáculos en nuestro antiguo centro de trabajo- ahora se proyectaba de manera tímida, insegura. El cambio es muy abrupto, me dijo y lo comprendí inmediatamente, a mí me pasó también cuando salí por primera vez de Cuba, había momentos que no sabía en cuál sentido abrían las puertas. Hasta me sorprendí cuando quise lavarme las manos en el aeropuerto porque no sabía que los grifos funcionaban con un sensor de proximidad. Confieso que estoy apenada mientras les revelo estos signos de ignorancia, cómo no voy a entender que este amigo se sienta como metido en una máquina del tiempo desde que salió de un país que se ha quedado a mucha distancia de los adelantos del mundo civilizado?

Ese día del primer encuentro, le llevé a almorzar a uno de los restaurantes de la ciudad que aunque no lujoso, si emblemático y tuve que sirvirle de guía a través de la carta porque no sabía por cual plato decidirse. Nos contábamos durante la espera de la comida hechos relacionados con nuestro común pasado en Cuba y sobre amistades conocidas. Cuando llegó la orden, se asombró de la cantidad de comida servida, entre arroz con pollo, maduritos fritos, panes, ensaladas y cervezas la mesa rebosaba. Le advertí comerse toda la comida porque lo necesitaba y porque si no lo hacía se iba arrepentir muy tarde cuando estuviera de regreso en Cuba.

Mi buen amigo me habló de las carencias materiales por las que pasaba allá en la Isla, aunque sin quejarse demasiado. El debe garantizar los alimentos de su viejecita tía de 90 años, y para comprar la bolsa de leche en polvo, adquirida en el mercado negro, debe disponer mensualmente de diez dólares. Su salario no pasa de aproximadamente cuarenta dólares por mes y después de la leche, debe enfrentar los demás gastos que cualquier familia supone, es obvio pensar que la pasa mal por allá. Tal vez su destino pudiera ser otro si las circunstancias de la Isla fueran otras, porque no les había dicho que mi amigo es arquitecto de experiencia y que en cualquier lugar que no sea Cuba pudiera llevar una vida con cierto confort.

Me contó mi amigo que una de las primeras cosas que hizo su hermana fue llevarlo de tiendas, esto es visita obligada para todos los recién llegados del país de las escaseces. El trajo consigo un bolsito con a penas dos mudas de ropas - sus mejores - las que después de haber sido impeccionadas por su hermana esta decidiera echarlas a la basura.

Llevé a Tobi, ese es su nombre, a un recorrido por los diferentes barrios de la ciudad, disfrutó de su arquitectura, sobre todo de los altos edificios que ahora se levantan como fantasmas inhabitados por el down town. Ese día lo devolví temprano a la casa donde se hospedaba porque se reunían los amigos de su curso que viven por acá, para hacerle una especie de recibimiento.

Cuando volví a encontrarlo al día siguiente, hablamos sobre la fiesta y los amigos comunes que estuvieron compartiendo con él. Se veía más animado y locuaz. Casi llora cuando me vio aparecer tipo Santa Clause con las bolsas de regalos para su regreso a la Isla. Sentía el compromiso de ayudarlo porque se que cuando regrese a su casa va a recibir muchas visitas de conocidos que esperan allá por sus regalitos y él no dispone de recursos para cumplir con los que se quedaron y que no tienen la posibilidad de viajar alguna vez.

Comparo los efectos que me causan los amigos que vienen de cualquier lugar del mundo y los que vienen de Cuba, y creánme, que los de la Isla me deprimen. Siento que se han acostumbrado a la vida que ellos llevan y la ven como normal, es lo que más me preocupa.

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1 comentario:

  1. Lori.
    Es increíble la pobreza del cubano. Cuando salí de Cuba en 1985, tuvieron que mostrarme en el avión como abrir las laticas de refrescos.
    Mi blog, Solo Importa Cuba, te ha concedido el premio "Gracias por Amar a Cuba" por ser tan buena patriota y tan exquisita persona.
    Puedes pasar a recogerlo.
    Un abrazo.

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