Por Jorge A. Sanguinetty
OPINION pubilcado en
http://www.diariolasamericas.com/news.php?nid=85094&pag=0
OPINION pubilcado en
http://www.diariolasamericas.com/news.php?nid=85094&pag=0
Estando en Moscú en diciembre de 1991, cuando todavía ondeaba en el Kremlin la bandera de la hoz y el martillo, pero ahora junto a la tricolor rusa que la desplazaría en pocos días, me percaté de una situación de gran interés para el futuro de ese país. Indagando por la existencia de algún directorio de empresas soviéticas que me permitiera tener una idea de la geografía empresarial y económica del país, le preguntaba a mis traductores mientras les explicaba qué es lo que yo buscaba y por qué. Era una verdadera experiencia sobre el choque de dos culturas; una acostumbrada a la falta de información y de libertad y otra donde abundan ambas y además se refuerzan mutuamente. Finalmente uno de los traductores acabó comprendiendo lo que yo buscaba y para mi gran sorpresa me dijo que los que podían tener esa información eran los funcionarios de la KGB, o sea, los servicios internos de seguridad. De inmediato pensé que los mismos, junto a los gerentes de las empresas estatales, estarían muy bien ubicados para aprovechar las oportunidades que se les abrirían a ellos personalmente en un proceso futuro de privatización, proceso que comenzaría tan rápida como desorganizadamente. Existía entonces una gran premura por acelerar el desmantelamiento del aparato estatal soviético que usaba la economía como una fuente primordial de poder político. Tanto los reformistas rusos asistentes del Presidente Yeltsin como los extranjeros que tenían acceso a los mismos, pensaban que la aceleración del proceso, que se denominaba erróneamente “terapia de choque”, lo haría irreversible. Estaba claro que las fuerzas que querían conservar la integridad del totalitarismo soviético estaban al acecho de oportunidades para impedir su debacle, lo cual se había hecho obvio en el sangriento intento golpista de ese mismo verano. Esta amenaza primó sobre la idea de un proceso ordenado, del tipo que se denominó “gradualista”, que sólo hubiera sido posible en esas condiciones si hubiera habido un cierto grado de preparación para la transición y si los que participaron en ella hubieran comprendido más cabalmente la complejidad del proceso de cambio. La triste realidad es que la supuesta terapia de choque que se aplicó no logró una economía de mercado como se esperaba sino lo que algunos llaman un “capitalismo oligárquico” al cual se llegó, irónicamente, mediante un proceso gradual. En muy pocos años hemos visto el surgimiento de los casi instantáneamente famosos oligarcas rusos, los nuevos y más conspicuos representantes de la propiedad privada en Rusia, representantes también del precio que el país está pagando por no haberse dado la oportunidad de tener un proceso más ordenado y civilizado de montaje de una economía libre y más equitativa.
Este fenómeno ha sido estudiado por muchos investigadores. Uno de ellos, Serguey Braguinsky, acaba de ver su estudio publicado en The Journal of Law and Economics bajo el título “Postcommunist Oligarchs in Russia: Quantitative Analysis (Los Oligarcas Postcomunistas en Rusia: Un Análisis Cuantitativo). Dicho estudio se concentra en el examen de las carreras de los 296 magnates más prominentes de la primera ola de privatizaciones y el resultado más interesante es que el 43 por ciento de ellos provenían directa o indirectamente de la nomenklatura soviética. O sea, desde antes de la caída de la Unión Soviética, estos individuos estaban bien conectados en el régimen comunista y el colapso desordenado del sistema les abrió oportunidades que supieron aprovechar con grandes ganancias. La lección para Cuba es obvia: dada las condiciones de desorganización extrema de la sociedad civil cubana en la actualidad, donde prácticamente toda fuerza organizativa está en manos del gobierno, un cambio de régimen posiblemente genere un sistema híbrido e ilegítimo de propiedad. Actualmente, las empresas más lucrativas del régimen cubano operan como si fueran capitalistas, manejadas por miembros de la nomenklatura o sus descendientes. Esto en parte ha resultado de la incapacidad del gobierno de manejar las empresas expropiadas y consolidadas bajo un régimen estatal, las que supuestamente serían la columna vertebral del sistema socialista de planificación centralizada. No cabe discutir aquí si esa concepción fracasó por su propio peso o si el fallo se debió a que el máximo líder nunca se tomó en serio la economía cubana, mientras vivía como parásito de los trabajadores soviéticos. El punto es que ya Cuba tiene hoy los embriones de una oligarquía criolla que tienen muchas posibilidades de adueñarse de las empresas que hoy manejan, si el país sigue el camino de una sucesión y no el de una verdadera transición a otro sistema económico y social.
¿Qué pueden hacer hoy los cubanos en la isla? Primero que nada cobrar conciencia del fenómeno, de las tendencias que amenazan al país. Sin que tengamos razones para esperar que una fuerza mayor, externa o interna, pueda lograr un vuelco radical del sistema vigente, la única esperanza que en realidad queda es la actuación inteligente, organizada, decidida y firme de ese otro movimiento embrionario en la isla: su incipiente sociedad civil. Organizaciones como MANO, que luchan denodadamente en Cuba por lograr cambios pacíficos pero de gran importancia para el futuro del país, deben estar al tanto de estas tendencias y debieran ser apoyadas desde afuera por esos tantos cubanos que se denominan patriotas y que poco o nada hacen para apoyar material y moralmente la lucha de sus compatriotas en la isla. ...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario