viernes, 11 de septiembre de 2009

Obama se parece a Carter.


Al querer  dar una “nueva”  imagen de EEUU envía señales de debilidad y  al congraciarse con la izquierda chavista  de hecho alienta la expansión neocomunista

-Roberto Alvarez Quiñones-
La administración Obama en política exterior se parece  cada vez más a la de James Carter, con la singularidad de que mientras a Carter le tomó casi tres años consolidar su mensaje al mundo de un Estados Unidos  arrepentido   y débil,  al actual inquilino de la Casa Blanca podría bastarle con 12 meses.

Para regocijo de los enemigos de EEUU,  hasta ahora lo que han hecho el Presidente y su secretaria de Estado, Hillary Clinton, es “lavar”  la imagen de EEUU a nivel mundial para caerle bien a tirios y troyanos.
Se puede comprender  que el  militante  liberal más radical que ha llegado a la Casa Blanca quiera “reparar” el daño que según los demócratas hizo a EEUU el gobierno de George W. Bush.  Pero es inaceptable que todo lo que haga sea  con ese objetivo.
Barak Hussein Obama  es un excelente orador y moralista, pero eso sólo no hace de él un buen presidente de la única superpotencia del planeta.
Su política de  dar una nueva imagen  de EEUU no puede convertirse en la  emisión  de  señales de  “flojera”  para enfrentar  los  desafíos de regímenes y fuerzas que constituyen un  peligro para la paz y seguridad de este país y  de  la humanidad.
Lo peor es que ello ocurre cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sirve ya de muy poco.  Baste saber que Cuba hace poco fue elegida por abrumadora mayoría de votos para integrar su Consejo de Derechos Humanos, pese a que en la isla si un policía sorprende a un ciudadano con la Declaración de Derechos Humanos en el bolsillo es condenado a  4 años de cárcel por “propaganda enemiga” y “peligrosidad”.
Con la ONU  paralizada o manipulada  por  más de 120 regímenes no democráticos,  y por el derecho de veto chino y ruso que inutilizan al Consejo de Seguridad ,  es  EEUU  la única fuerza  real que tiene el mundo  para evitar que surjan nuevos Hitler,  que Al Qaeda y demás terroristas  sigan avanzando, o que se expanda la ola chavista-castrista  cuyo objetivo es  implantar “el socialismo del siglo XXI” ,  cuando los propios  inventores del  socialismo (léase comunismo)  le dieron  sepultura  hace 20 años por inviable e inhumano.
El desafío de Norcorea, que se burla de la ONU y de EEUU con pruebas  atómicas y  misiles, la aceleración de los planes nucleares de Irán,  la sordera ante los desmanes totalitarios de Hugo Chávez y su intervención abierta en Bolivia, Nicaragua, Honduras, Ecuador, Perú, sus amenazas  a Colombia,  y sus entregas  de uranio a Teherán,  son  algunos ejemplos de la falta de liderazgo  diplomático  de la principal potencia mundial.
La táctica obamista de  congraciarse con la izquierda latinoamericana para convertir el “lobo” en oveja produce paradojas kafkianas:  en 1962 Cuba fue expulsada de la OEA por ser comunista, y en 2009 Honduras es  expulsada por rechazar el comunismo,  y encima se aprueba –con el voto de EEUU--  levantar la sanción contra la misma dictadura castrista de medio siglo atrás para que regrese a la organización, pese a que en la ínsula no hay elecciones democráticas desde 1948.
En el caso de Honduras,   Obama y Clinton  exigen que  Mel  Zelaya  sea reinstalado en el poder, a pesar de  que la inmensa mayoría de los hondureños se opone, y  de que fue destituido por violar la Constitución  para intentar perpetuarse en el cargo como peón que es de Chávez.
De ser reinstalado Zelaya en el poder sería contra la voluntad  del pueblo,  una  intervención en los asuntos internos hondureños que pulverizaría  la bandera de “la no intervención en los asuntos internos de los estados”  que desde México hacia abajo han enarbolado siempre las naciones latinoamericanas y la OEA.
Además,  Washington dice que  no reconocerá los resultados de las próximas elecciones hondureñas, que en su momento convocó  el propio Zelaya.  Obama se suma  así a la posición de la OEA izquierdista actual –para colmo, su secretario general, José Miguel  Insulza, confiesa ser  admirador del dictador Fidel Castro--  de que no importa que el pueblo hondureño elija limpiamente a un nuevo presidente en noviembre, éste  no será reconocido  si antes no regresa al poder quien  quería  entregar  la nación a Chávez.
Se trata del  tecnicismo  jurídico  de que la OEA debe revertir el  golpe de Estado en Honduras para evitar nuevos  golpes “contra la democracia”, obviando el hecho de que nada hay más antidemocrático que  el castrismo y el chavismo que pretendía sembrar Zelaya en Honduras.
En política exterior el  dueto Obama-Clinton es el más a la izquierda en  la  historia de EEUU. Por eso  percibe  equivocadamente  la realidad.  Para percibirla tal y como es  Obama debe  hacerse la pregunta correcta:  ¿quién gana y quién pierde si a los hondureños le imponen de nuevo a Zelaya?   Ganan Chávez y Castro,  y pierden  EEUU y la  democracia.
 En la alta política la ingenuidad no existe.  Nadie puede creer  que porque   EEUU se lleve bien con la izquierda,  Hugo Chávez,  Evo Morales, Daniel Ortega, Rafael Correa, Cristina Fernández,  o Fernando Lugo, y todos los militantes antinorteamericanos tipo Eduardo Galeano de pronto van a amar y darle besos  al “imperio yanki” y dejarán de combatirlo.
De hecho,  la administración Obama se comporta como  el  bobo del barrio del que es fácil burlarse y pasarle gato por liebre.
Como decía hace poco  The Washington Post,  los países latinoamericanos en vez de pedirle explicaciones a EEUU por utilizar bases militares colombianas  lo que tienen que hacer es  denunciar  los desmanes autoritarios de Hugo Chávez, su alianza con Irán  y sus amenazas a Colombia y su intervencionismo en toda la región.
La Casa Blanca debe monitorear  ese maridaje Teherán-Caracas. Con una fabulosa reserva de 50,000 toneladas de uranio, Venezuela es para los ayatolas el lugar ideal para construir allí armas nucleares lejos del escrutinio internacional que se ejerce sobre el  gobierno persa.
Y debe preocuparse más por los miles de millones de dólares depositados en bancos de Miami, provenientes de Venezuela para ser “lavados”, fondos que las propias autoridades norteamericanas saben pueden ser utilizados para financiar a las FARC y a organizaciones terroristas islámicas.
Igualmente  Washington debe cesar el apoyo que, con su inercia, da a la expansión chavista y neocomunista en la región,   y  asumir  con firmeza  la  defensa  de los valores democráticos.
Si  no lo hace, podría ser cómplice de un probable derrumbe de la democracia en buena parte de Latinoamérica,  y de un rebrote del terrorismo internacional.

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